Sólo Dios es el Dueño y Señor de la vida - 21/10/1985 -
a un grupo de
científicos reunidos en la Pontificia Academia de las
Ciencias
Juan Pablo II
Servicio al
hombre
Señoras y señores:
1. Os doy mi más cordial bienvenida y os
expreso regocijo con la Pontificia Academia de las Ciencias y su ilustre
Presidente, el profesor Carlos Chagas, por haber logrado reunir dos grupos
científicos tan distinguidos que estudiarán los temas: "La prolongación
artificial de la vida y la determinación exacta del momento de la muerte", así
como "La interacción de las enfermedades parasitarias y la
nutrición".
En las áreas especializadas que
circunscriben estos temas, hombres y mujeres de ciencia y de medicina, muestran
una vez más su deseo de trabajar para el bien de la humanidad. La Iglesia se une
a vosotros en esta empresa, porque ella busca el servicio a la humanidad. Como
dije en mi primera Encíclica Redemptor hominis: "La Iglesia no puede abandonar
al hombre, cuya 'suerte', es decir, la elección, la llamada, el nacimiento y la
muerte, la salvación o la perdición, están tan estrecha e indisolublemente
unidas a Cristo" (n. 14).
La actitud del buen
samaritano
2. Vuestra presencia me recuerda la
parábola evangélica del buen samaritano, aquel que cuidó de una persona anónima
que, habiendo sido despojada de todo por unos ladrones y herida, quedó
abandonada a la orilla del camino. La figura del buen samaritano la veo
reflejada en cada uno de ustedes que, por medio de la ciencia y la medicina,
ofrecen sus cuidados a todos aquellos que sufren anónimamente, tanto a los
pueblos que se encuentran en pleno desarrollo, como a los individuos que padecen
y están afligidos por enfermedades ocasionadas por la
desnutrición.
Para los cristianos, la vida y la muerte,
la salud y la enfermedad, adquieren un nuevo significado a través de las
palabras de San Pablo: "Ninguno de nosotros para sí mismo vive, y ninguno de
nosotros para sí mismo muere; pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si
morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del
Señor somos" (Rom 14, 7-8).
Estas palabras tienen para nosotros, los
que creemos en Cristo, un gran significado y esperanza; y los no cristianos, a
quienes la Iglesia aprecia y con los que desea colaborar, comprenden también
ellos que dentro del misterio de la vida y de la muerte hay valores que
trascienden a todos los valores humanos.
La prolongación artificial de la
vida y la determinación del momento exacto de la
muerte
3. Abordando el tema que habéis tratado
dentro del primer grupo de trabajo sobre "La prolongación artificial de la vida
y la determinación del momento exacto de la muerte", lo hacemos en base a dos
convicciones fundamentales, es decir la vida es un tesoro; la muerte, una
consecuencia natural.
Teniendo presente que la vida es
verdaderamente un tesoro, encontramos sumamente adecuado el hecho de que los
científicos investiguen sobre el modo de prolongar la vida humana y elevar su
calidad informando a la vez oportunamente sobre estos resultados a los médicos
para que puedan disponer de sus resultados en el campo de la
medicina.
Los científicos y los médicos están
llamados a poner su pericia y su energía al servicio de la vida. No pudiendo
jamás, en ningún caso o por razón alguna, suprimirla. Para todos aquellos que
poseen un sentimiento profundo del valor supremo de la persona humana, creyentes
y no creyentes por igual, la eutanasia es un crimen en el que nadie puede
cooperar en forma alguna, ni consentir. Los científicos y los médicos no pueden
considerarse a sí mismos como los señores y los dueños de la vida, sino que
deberán hacerlo como expertos en la
misma y generosos servidores de ella. Sólo Dios, creador de la persona humana
con un alma inmortal y que salvó al cuerpo humano por medio del don de la
resurrección, es el dueño y Señor de la vida.
El problema del dolor
físico
4. Es obligación de los médicos y del
personal médico proporcionar al enfermo los cuidados necesarios para curarse y
ayudarles a soportar el sufrimiento con dignidad. Aunque se trate de enfermos
incurables, nunca se les considerará intratables: cualquiera sea su condición,
deberá administrárseles un cuidado apropiado.
Dentro de las formas de tratamiento o
curación lícitas y de provecho se encuentra el uso de productos analgésicos para
suprimir el dolor. Aunque existen personas capaces de aceptar el sufrimiento con
estoicismo, para la mayoría el dolor disminuye la propia fortaleza moral. Sin
embargo, cuando consideramos el uso de estos analgésicos, es necesario que
observemos las enseñanzas contenidas en la Declaración de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, publicada el 5 de mayo de 1980: "Los analgésicos que
producen la pérdida de la conciencia en los enfermos, merecen en cambio una
consideración particular. Es sumamente importante, en efecto, que los hombres no
sólo puedan satisfacer sus deberes morales y sus obligaciones familiares, sino
también y sobre todo que puedan prepararse con plena conciencia al encuentro con
Cristo".
Los medios para evitar la muerte: la
eutanasia es un crimen
5. El médico no es el señor de la vida,
pero tampoco es el conquistador de la muerte. La muerte es un hecho inevitable
de la vida humana, y los medios utilizados para evitarla deberán tomar en cuenta
la condición humana. Con respecto al uso de medios para evitar la muerte
ordinarios o extraordinarios, la Iglesia se expresa a sí misma en los siguientes
términos, en la Declaración recién citada: "A falta de otros remedios, es lícito
recurrir, con el consentimiento del enfermo, a los medios puestos a disposición
por la medicina más avanzada, aunque estén todavía en fase experimental y no
estén libres de todo riesgo... Es también lícito interrumpir la aplicación de
tales medios, cuando los resultados defraudan las esperanzas puestos en ellos.
Pero, al tomar una tal decisión, deberá tenerse en cuenta el justo deseo del
enfermo y de sus familiares, así como el parecer de médicos verdaderamente
competentes... Es lícito contentarse con los medios normales que la medicina
puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie la obligación de
recurrir a un tipo de cura que, aunque ya esté en uso, todavía no está libre de
peligro o es demasiado costosa... Ante la inminencia de una muerte inevitable, a
pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de
renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación
precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir, sin embargo, las curas
normales debidas al enfermo en casos similares".
La fe en Dios y la esperanza en
la vida eterna
6. Os estamos agradecidos, señoras y
señores, por haber estudiado con detalle los problemas científicos referentes a
la determinación del momento definitivo de la muerte. Un conocimiento de estos
problemas es esencial para decidir con conciencia moral sincera en orden a
seleccionar la forma de tratamiento ordinario o extraordinario, y tomar
decisiones en relación con los trasplantes y los aspectos morales o legales que
conllevan los mismos. Nos ayudará a considerar también si la casa o el hospital
constituyen el sitio más adecuado para un tratamiento del enfermo, especialmente
en el caso de enfermos incurables.
El derecho a recibir un buen tratamiento
y el derecho de poder morir con dignidad, requieren, en la casa y en el
hospital, recursos materiales y humanos que aseguren el bienestar y dignidad del
enfermo. A los que se encuentran enfermos, especialmente los moribundos, no
deberá faltarles el cariño de sus familiares, el cuidado de los médicos y de las
enfermeras, y el apoyo de sus amigos.
Más allá de cualquier consuelo humano,
ninguno podrá dejar de ver la ayuda enorme que dan al moribundo y a sus familias la fe en Dios
y la esperanza en la vida eterna. Por lo tanto, quiero pedir a los hospitales, a
los médicos, y sobre todo a los parientes, especialmente en esta época de
secularización, que faciliten a los enfermos el encuentro con Dios, ya que por
su enfermedad se les plantean interrogantes y ansias a los que sólo Dios puede
dar una respuesta.
La enfermedad de la
desnutrición
7. En muchas áreas del mundo el tema que
vosotros habéis empezado a estudiar en vuestro segundo grupo de trabajo es de
enorme importancia, nos referimos al problema de la desnutrición. Aquí la
cuestión no consiste únicamente en la escasez de comida, sino también en la
calidad de los alimentos; es decir, que éstos sean o no adecuados para un
desarrollo global de la persona. La mala alimentación provoca enfermedades que
luego obstaculizan el desarrollo corporal, impidiendo a la vez el crecimiento y
la madurez intelectual y de la voluntad personales.
La investigación que se ha llevado a cabo
hasta ahora y que vosotros estáis examinando atentamente tiene como finalidad el
identificar y tratar la enfermedad consecuente a la desnutrición. A la vez,
puntualiza la necesidad de adaptar y mejorar los medios de cultivo, así como
métodos que son capaces de producir el tipo de alimento que posea todos los
elementos que aseguren una subsistencia humana adecuada, y un desarrollo
completo físico y mental del individuo.
Rezo fervientemente y espero que vuestras
deliberaciones animen a los gobiernos y a los pueblos de los países más
avanzados económicamente, a ayudar a las poblaciones severamente afectadas por
la desnutrición.
La Iglesia promueve el progreso
del saber
8. Señoras y señores: La Iglesia
católica, que en el próximo Sínodo mundial de los Obispos celebrará el XX
aniversario del Concilio Vaticano II, confirma las palabras que los padres del
Concilio dirigieron a los hombres y mujeres de pensamiento y ciencia: Nuestros
caminos no podrán dejar de cruzarse. "Vuestro camino es el nuestro. Vuestros
senderos no son nunca extraños a los nuestros. Somos amigos de vuestra vocación
de investigadores, aliados de vuestras fatigas, admiradores de vuestras
conquistas y, si es necesario, consoladores de vuestros desalientos y
fracasos".
Con estos sentimientos invoco las
bendiciones de Dios, el Señor de la vida, sobre la Pontificia Academia de las
Ciencias, sobre los miembros de los dos grupos de trabajo y sobre sus
familias.
Joannes
Paulus pp.
II